FreeCDZ

Практикум ЕГЭ по испанскому языку. Задание № 12–18

×

Задание 1

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. El tobogán A Adela, sus padres la quieren mucho, pero siempre tienen miedo de que pueda ocurrirle algo: que la atropelle un coche, o que se caiga por la escalera, o... por eso no la llevaron a la escuela hasta que tuvo cinco años. Su tía Nuria, que es hermana de su madre y tiene tres niños, siempre le aconsejaba: — Mandadla a los dos años al parvulario, que a los chiquitines les sienta muy bien relacionarse con niños de su edad, y así será más abierta, más sociable... Pero su madre siempre respondía: — Me hace sufrir, es tan tímida, Adela seguro que se pondría a chillar y patalear y me pediría, llorando, que no la dejara, y eso yo no podría soportarlo, pobrecilla mía. Además en las guarderías lo pillan todo, y seguro que no los cuidan lo suficiente. No, de hecho, no le pasa la edad, demasiado tiempo tendrá para estar separada de mí, pobrecilla mía. ¡Y ya le da el sol, todos los días salimos a pasear un ratito! Sí, la llevaba a pasear por un parque que había cerca de su casa, muy abrigada en invierno, con la gorra y la bufanda bien atada, no fuera que pillara el resfriado. Un día, cuando Adela rayaba los cuatro años ya estaba en el parque, al lado de su madre, llenando con arena su cubo de plástico, vio que unos niños, poco más o menos, de su edad, trepaban por la escalera del tobogán pequeño. Adela los vio y se quedó mirándolos, boquiabierta tras la bufanda y la pala suspendida en el aire. El viento jugaba con los cabellos de los niños, que reían con estridentes chillidos: seguro que eso de trepar por aquella estrecha y larguirucha escalera debía ser muy divertido, pensó la niña. Adela miró de reojo a su madre, que en aquel momento estaba distraída hablando con una vecina de banco sobre cómo coger los puntos que se escapan de la media. La niña no se lo pensó mucho, dejó caer la pala y el cubo y se acercó al tobogán. Sola no había subido nunca, siempre lo había hecho con la ayuda de su padre o de su madre. Tenía ante ella los barrotes, algo brillantes, de piececitos presurosos, entusiásticamente redondos, como si convidasen a ser cogidos... ¡Hala... arriba! Un pie en un barrote y las manos en el de encima. Ahora el otro ¡huy!, cuánto cuesta eso sin que te empuje una mano grande. Adela ya se agarra a las barandas de la parte superior del tobogán y se sienta. Mirando abajo, ve las maderas pulidas y gastadas que descienden. Y no está su padre o su madre con las manos extendidas parándole la caída. La pequeña tiembla, sus manitas, agarradas a la barra metálica, sudan... Entonces todo sucede muy deprisa. El chirrido brusco у vocinglero del frenazo de un coche sobresaltó a la madre de Adela, que giró inmediatamente la cabeza buscando a la niña. En el suelo vio la pala y el cubo. — Mi hija... ¿dónde está mi hija? — chilló al mismo tiempo que se levantaba alarmada. — No se asuste, mírela, está en el tobogán — la tranquilizó la vecina del banco. No llegó a tiempo la señora Rosa de detenerla. En aquel corto instante ya había subido por la escalera del tobogán un chiquillo con cara de travieso y, de un fuerte empujón, había mandado a Adela a la arena. Cuando su madre se arrodilló a su lado, Adela no lloraba, la sorpresa y el susto le habían abierto la boca; en realidad, apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Con los gritos de su madre se asustó. Y rompió a llorar con todas sus fuerzas. — Hijita mía, ¿te has lastimado mucho? ¡Ven, ven con tu mamita! La cogió en brazos como si fuera un bebé y, llevándosela al banco, la acunaba mientras le iba susurrando: ¿Lo ves? Ya te decía yo que no jugaras con los niños, son malos, y tú aún eres pequeñita, ¡pobrecita mía! La frase "los niños... reían con estridentes chillidos" significa que … 1) los niños reían a carcajadas 2) los niños se burlaban de Adela 3) los sonidos de su risa eran muy desagradables. 4) los sonidos de su risa eran muy fuertes y agudos

×

Задание 2

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. El tobogán A Adela, sus padres la quieren mucho, pero siempre tienen miedo de que pueda ocurrirle algo: que la atropelle un coche, o que se caiga por la escalera, o... por eso no la llevaron a la escuela hasta que tuvo cinco años. Su tía Nuria, que es hermana de su madre y tiene tres niños, siempre le aconsejaba: — Mandadla a los dos años al parvulario, que a los chiquitines les sienta muy bien relacionarse con niños de su edad, y así será más abierta, más sociable... Pero su madre siempre respondía: — Me hace sufrir, es tan tímida, Adela seguro que se pondría a chillar y patalear y me pediría, llorando, que no la dejara, y eso yo no podría soportarlo, pobrecilla mía. Además en las guarderías lo pillan todo, y seguro que no los cuidan lo suficiente. No, de hecho, no le pasa la edad, demasiado tiempo tendrá para estar separada de mí, pobrecilla mía. ¡Y ya le da el sol, todos los días salimos a pasear un ratito! Sí, la llevaba a pasear por un parque que había cerca de su casa, muy abrigada en invierno, con la gorra y la bufanda bien atada, no fuera que pillara el resfriado. Un día, cuando Adela rayaba los cuatro años ya estaba en el parque, al lado de su madre, llenando con arena su cubo de plástico, vio que unos niños, poco más o menos, de su edad, trepaban por la escalera del tobogán pequeño. Adela los vio y se quedó mirándolos, boquiabierta tras la bufanda y la pala suspendida en el aire. El viento jugaba con los cabellos de los niños, que reían con estridentes chillidos: seguro que eso de trepar por aquella estrecha y larguirucha escalera debía ser muy divertido, pensó la niña. Adela miró de reojo a su madre, que en aquel momento estaba distraída hablando con una vecina de banco sobre cómo coger los puntos que se escapan de la media. La niña no se lo pensó mucho, dejó caer la pala y el cubo y se acercó al tobogán. Sola no había subido nunca, siempre lo había hecho con la ayuda de su padre o de su madre. Tenía ante ella los barrotes, algo brillantes, de piececitos presurosos, entusiásticamente redondos, como si convidasen a ser cogidos... ¡Hala... arriba! Un pie en un barrote y las manos en el de encima. Ahora el otro ¡huy!, cuánto cuesta eso sin que te empuje una mano grande. Adela ya se agarra a las barandas de la parte superior del tobogán y se sienta. Mirando abajo, ve las maderas pulidas y gastadas que descienden. Y no está su padre o su madre con las manos extendidas parándole la caída. La pequeña tiembla, sus manitas, agarradas a la barra metálica, sudan... Entonces todo sucede muy deprisa. El chirrido brusco у vocinglero del frenazo de un coche sobresaltó a la madre de Adela, que giró inmediatamente la cabeza buscando a la niña. En el suelo vio la pala y el cubo. — Mi hija... ¿dónde está mi hija? — chilló al mismo tiempo que se levantaba alarmada. — No se asuste, mírela, está en el tobogán — la tranquilizó la vecina del banco. No llegó a tiempo la señora Rosa de detenerla. En aquel corto instante ya había subido por la escalera del tobogán un chiquillo con cara de travieso y, de un fuerte empujón, había mandado a Adela a la arena. Cuando su madre se arrodilló a su lado, Adela no lloraba, la sorpresa y el susto le habían abierto la boca; en realidad, apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Con los gritos de su madre se asustó. Y rompió a llorar con todas sus fuerzas. — Hijita mía, ¿te has lastimado mucho? ¡Ven, ven con tu mamita! La cogió en brazos como si fuera un bebé y, llevándosela al banco, la acunaba mientras le iba susurrando: ¿Lo ves? Ya te decía yo que no jugaras con los niños, son malos, y tú aún eres pequeñita, ¡pobrecita mía! Los padres de Adela no la llevaron a la guardería porque 1) no era sociable 2) se enfermaba a menudo 3) tenían miedo de que le ocurriera algo 4) otros niños podían hacerle daño

×

Задание 3

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. El tobogán A Adela, sus padres la quieren mucho, pero siempre tienen miedo de que pueda ocurrirle algo: que la atropelle un coche, o que se caiga por la escalera, o... por eso no la llevaron a la escuela hasta que tuvo cinco años. Su tía Nuria, que es hermana de su madre y tiene tres niños, siempre le aconsejaba: — Mandadla a los dos años al parvulario, que a los chiquitines les sienta muy bien relacionarse con niños de su edad, y así será más abierta, más sociable... Pero su madre siempre respondía: — Me hace sufrir, es tan tímida, Adela seguro que se pondría a chillar y patalear y me pediría, llorando, que no la dejara, y eso yo no podría soportarlo, pobrecilla mía. Además en las guarderías lo pillan todo, y seguro que no los cuidan lo suficiente. No, de hecho, no le pasa la edad, demasiado tiempo tendrá para estar separada de mí, pobrecilla mía. ¡Y ya le da el sol, todos los días salimos a pasear un ratito! Sí, la llevaba a pasear por un parque que había cerca de su casa, muy abrigada en invierno, con la gorra y la bufanda bien atada, no fuera que pillara el resfriado. Un día, cuando Adela rayaba los cuatro años ya estaba en el parque, al lado de su madre, llenando con arena su cubo de plástico, vio que unos niños, poco más o menos, de su edad, trepaban por la escalera del tobogán pequeño. Adela los vio y se quedó mirándolos, boquiabierta tras la bufanda y la pala suspendida en el aire. El viento jugaba con los cabellos de los niños, que reían con estridentes chillidos: seguro que eso de trepar por aquella estrecha y larguirucha escalera debía ser muy divertido, pensó la niña. Adela miró de reojo a su madre, que en aquel momento estaba distraída hablando con una vecina de banco sobre cómo coger los puntos que se escapan de la media. La niña no se lo pensó mucho, dejó caer la pala y el cubo y se acercó al tobogán. Sola no había subido nunca, siempre lo había hecho con la ayuda de su padre o de su madre. Tenía ante ella los barrotes, algo brillantes, de piececitos presurosos, entusiásticamente redondos, como si convidasen a ser cogidos... ¡Hala... arriba! Un pie en un barrote y las manos en el de encima. Ahora el otro ¡huy!, cuánto cuesta eso sin que te empuje una mano grande. Adela ya se agarra a las barandas de la parte superior del tobogán y se sienta. Mirando abajo, ve las maderas pulidas y gastadas que descienden. Y no está su padre o su madre con las manos extendidas parándole la caída. La pequeña tiembla, sus manitas, agarradas a la barra metálica, sudan... Entonces todo sucede muy deprisa. El chirrido brusco у vocinglero del frenazo de un coche sobresaltó a la madre de Adela, que giró inmediatamente la cabeza buscando a la niña. En el suelo vio la pala y el cubo. — Mi hija... ¿dónde está mi hija? — chilló al mismo tiempo que se levantaba alarmada. — No se asuste, mírela, está en el tobogán — la tranquilizó la vecina del banco. No llegó a tiempo la señora Rosa de detenerla. En aquel corto instante ya había subido por la escalera del tobogán un chiquillo con cara de travieso y, de un fuerte empujón, había mandado a Adela a la arena. Cuando su madre se arrodilló a su lado, Adela no lloraba, la sorpresa y el susto le habían abierto la boca; en realidad, apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Con los gritos de su madre se asustó. Y rompió a llorar con todas sus fuerzas. — Hijita mía, ¿te has lastimado mucho? ¡Ven, ven con tu mamita! La cogió en brazos como si fuera un bebé y, llevándosela al banco, la acunaba mientras le iba susurrando: ¿Lo ves? Ya te decía yo que no jugaras con los niños, son malos, y tú aún eres pequeñita, ¡pobrecita mía! ¿Qué modelo educativo sigue la madre de Adela? 1) Rosa sobreprotege a su hija. 2) Es muy estricta con Adela. 3) Es una madre responsable y prudente. 4) Es una madre permisiva que no sabe poner límites.

×

Задание 4

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. El tobogán A Adela, sus padres la quieren mucho, pero siempre tienen miedo de que pueda ocurrirle algo: que la atropelle un coche, o que se caiga por la escalera, o... por eso no la llevaron a la escuela hasta que tuvo cinco años. Su tía Nuria, que es hermana de su madre y tiene tres niños, siempre le aconsejaba: — Mandadla a los dos años al parvulario, que a los chiquitines les sienta muy bien relacionarse con niños de su edad, y así será más abierta, más sociable... Pero su madre siempre respondía: — Me hace sufrir, es tan tímida, Adela seguro que se pondría a chillar y patalear y me pediría, llorando, que no la dejara, y eso yo no podría soportarlo, pobrecilla mía. Además en las guarderías lo pillan todo, y seguro que no los cuidan lo suficiente. No, de hecho, no le pasa la edad, demasiado tiempo tendrá para estar separada de mí, pobrecilla mía. ¡Y ya le da el sol, todos los días salimos a pasear un ratito! Sí, la llevaba a pasear por un parque que había cerca de su casa, muy abrigada en invierno, con la gorra y la bufanda bien atada, no fuera que pillara el resfriado. Un día, cuando Adela rayaba los cuatro años ya estaba en el parque, al lado de su madre, llenando con arena su cubo de plástico, vio que unos niños, poco más o menos, de su edad, trepaban por la escalera del tobogán pequeño. Adela los vio y se quedó mirándolos, boquiabierta tras la bufanda y la pala suspendida en el aire. El viento jugaba con los cabellos de los niños, que reían con estridentes chillidos: seguro que eso de trepar por aquella estrecha y larguirucha escalera debía ser muy divertido, pensó la niña. Adela miró de reojo a su madre, que en aquel momento estaba distraída hablando con una vecina de banco sobre cómo coger los puntos que se escapan de la media. La niña no se lo pensó mucho, dejó caer la pala y el cubo y se acercó al tobogán. Sola no había subido nunca, siempre lo había hecho con la ayuda de su padre o de su madre. Tenía ante ella los barrotes, algo brillantes, de piececitos presurosos, entusiásticamente redondos, como si convidasen a ser cogidos... ¡Hala... arriba! Un pie en un barrote y las manos en el de encima. Ahora el otro ¡huy!, cuánto cuesta eso sin que te empuje una mano grande. Adela ya se agarra a las barandas de la parte superior del tobogán y se sienta. Mirando abajo, ve las maderas pulidas y gastadas que descienden. Y no está su padre o su madre con las manos extendidas parándole la caída. La pequeña tiembla, sus manitas, agarradas a la barra metálica, sudan... Entonces todo sucede muy deprisa. El chirrido brusco у vocinglero del frenazo de un coche sobresaltó a la madre de Adela, que giró inmediatamente la cabeza buscando a la niña. En el suelo vio la pala y el cubo. — Mi hija... ¿dónde está mi hija? — chilló al mismo tiempo que se levantaba alarmada. — No se asuste, mírela, está en el tobogán — la tranquilizó la vecina del banco. No llegó a tiempo la señora Rosa de detenerla. En aquel corto instante ya había subido por la escalera del tobogán un chiquillo con cara de travieso y, de un fuerte empujón, había mandado a Adela a la arena. Cuando su madre se arrodilló a su lado, Adela no lloraba, la sorpresa y el susto le habían abierto la boca; en realidad, apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Con los gritos de su madre se asustó. Y rompió a llorar con todas sus fuerzas. — Hijita mía, ¿te has lastimado mucho? ¡Ven, ven con tu mamita! La cogió en brazos como si fuera un bebé y, llevándosela al banco, la acunaba mientras le iba susurrando: ¿Lo ves? Ya te decía yo que no jugaras con los niños, son malos, y tú aún eres pequeñita, ¡pobrecita mía! La niña rompió a llorar porque … 1) un niño travieso la había empujado. 2) se había lastimado bajando por el tobogán. 3) su madre no la había ayudado a subir por los barrotes. 4) la madre la había espantado con sus gritos.

×

Задание 5

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. El tobogán A Adela, sus padres la quieren mucho, pero siempre tienen miedo de que pueda ocurrirle algo: que la atropelle un coche, o que se caiga por la escalera, o... por eso no la llevaron a la escuela hasta que tuvo cinco años. Su tía Nuria, que es hermana de su madre y tiene tres niños, siempre le aconsejaba: — Mandadla a los dos años al parvulario, que a los chiquitines les sienta muy bien relacionarse con niños de su edad, y así será más abierta, más sociable... Pero su madre siempre respondía: — Me hace sufrir, es tan tímida, Adela seguro que se pondría a chillar y patalear y me pediría, llorando, que no la dejara, y eso yo no podría soportarlo, pobrecilla mía. Además en las guarderías lo pillan todo, y seguro que no los cuidan lo suficiente. No, de hecho, no le pasa la edad, demasiado tiempo tendrá para estar separada de mí, pobrecilla mía. ¡Y ya le da el sol, todos los días salimos a pasear un ratito! Sí, la llevaba a pasear por un parque que había cerca de su casa, muy abrigada en invierno, con la gorra y la bufanda bien atada, no fuera que pillara el resfriado. Un día, cuando Adela rayaba los cuatro años ya estaba en el parque, al lado de su madre, llenando con arena su cubo de plástico, vio que unos niños, poco más o menos, de su edad, trepaban por la escalera del tobogán pequeño. Adela los vio y se quedó mirándolos, boquiabierta tras la bufanda y la pala suspendida en el aire. El viento jugaba con los cabellos de los niños, que reían con estridentes chillidos: seguro que eso de trepar por aquella estrecha y larguirucha escalera debía ser muy divertido, pensó la niña. Adela miró de reojo a su madre, que en aquel momento estaba distraída hablando con una vecina de banco sobre cómo coger los puntos que se escapan de la media. La niña no se lo pensó mucho, dejó caer la pala y el cubo y se acercó al tobogán. Sola no había subido nunca, siempre lo había hecho con la ayuda de su padre o de su madre. Tenía ante ella los barrotes, algo brillantes, de piececitos presurosos, entusiásticamente redondos, como si convidasen a ser cogidos... ¡Hala... arriba! Un pie en un barrote y las manos en el de encima. Ahora el otro ¡huy!, cuánto cuesta eso sin que te empuje una mano grande. Adela ya se agarra a las barandas de la parte superior del tobogán y se sienta. Mirando abajo, ve las maderas pulidas y gastadas que descienden. Y no está su padre o su madre con las manos extendidas parándole la caída. La pequeña tiembla, sus manitas, agarradas a la barra metálica, sudan... Entonces todo sucede muy deprisa. El chirrido brusco у vocinglero del frenazo de un coche sobresaltó a la madre de Adela, que giró inmediatamente la cabeza buscando a la niña. En el suelo vio la pala y el cubo. — Mi hija... ¿dónde está mi hija? — chilló al mismo tiempo que se levantaba alarmada. — No se asuste, mírela, está en el tobogán — la tranquilizó la vecina del banco. No llegó a tiempo la señora Rosa de detenerla. En aquel corto instante ya había subido por la escalera del tobogán un chiquillo con cara de travieso y, de un fuerte empujón, había mandado a Adela a la arena. Cuando su madre se arrodilló a su lado, Adela no lloraba, la sorpresa y el susto le habían abierto la boca; en realidad, apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Con los gritos de su madre se asustó. Y rompió a llorar con todas sus fuerzas. — Hijita mía, ¿te has lastimado mucho? ¡Ven, ven con tu mamita! La cogió en brazos como si fuera un bebé y, llevándosela al banco, la acunaba mientras le iba susurrando: ¿Lo ves? Ya te decía yo que no jugaras con los niños, son malos, y tú aún eres pequeñita, ¡pobrecita mía! ¿Por qué Adela se dirigió al tobogán sola? 1) Porque su madre perdió la vigilancia hablando con una vecina. 2) Porque los niños la habían invitado a jugar. 3) Porque a partir de los cuatro años ya paseaba sola cerca de su casa. 4) Porque no era muy interesante jugar con el cubo y la pala.

×

Задание 6

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. El tobogán A Adela, sus padres la quieren mucho, pero siempre tienen miedo de que pueda ocurrirle algo: que la atropelle un coche, o que se caiga por la escalera, o... por eso no la llevaron a la escuela hasta que tuvo cinco años. Su tía Nuria, que es hermana de su madre y tiene tres niños, siempre le aconsejaba: — Mandadla a los dos años al parvulario, que a los chiquitines les sienta muy bien relacionarse con niños de su edad, y así será más abierta, más sociable... Pero su madre siempre respondía: — Me hace sufrir, es tan tímida, Adela seguro que se pondría a chillar y patalear y me pediría, llorando, que no la dejara, y eso yo no podría soportarlo, pobrecilla mía. Además en las guarderías lo pillan todo, y seguro que no los cuidan lo suficiente. No, de hecho, no le pasa la edad, demasiado tiempo tendrá para estar separada de mí, pobrecilla mía. ¡Y ya le da el sol, todos los días salimos a pasear un ratito! Sí, la llevaba a pasear por un parque que había cerca de su casa, muy abrigada en invierno, con la gorra y la bufanda bien atada, no fuera que pillara el resfriado. Un día, cuando Adela rayaba los cuatro años ya estaba en el parque, al lado de su madre, llenando con arena su cubo de plástico, vio que unos niños, poco más o menos, de su edad, trepaban por la escalera del tobogán pequeño. Adela los vio y se quedó mirándolos, boquiabierta tras la bufanda y la pala suspendida en el aire. El viento jugaba con los cabellos de los niños, que reían con estridentes chillidos: seguro que eso de trepar por aquella estrecha y larguirucha escalera debía ser muy divertido, pensó la niña. Adela miró de reojo a su madre, que en aquel momento estaba distraída hablando con una vecina de banco sobre cómo coger los puntos que se escapan de la media. La niña no se lo pensó mucho, dejó caer la pala y el cubo y se acercó al tobogán. Sola no había subido nunca, siempre lo había hecho con la ayuda de su padre o de su madre. Tenía ante ella los barrotes, algo brillantes, de piececitos presurosos, entusiásticamente redondos, como si convidasen a ser cogidos... ¡Hala... arriba! Un pie en un barrote y las manos en el de encima. Ahora el otro ¡huy!, cuánto cuesta eso sin que te empuje una mano grande. Adela ya se agarra a las barandas de la parte superior del tobogán y se sienta. Mirando abajo, ve las maderas pulidas y gastadas que descienden. Y no está su padre o su madre con las manos extendidas parándole la caída. La pequeña tiembla, sus manitas, agarradas a la barra metálica, sudan... Entonces todo sucede muy deprisa. El chirrido brusco у vocinglero del frenazo de un coche sobresaltó a la madre de Adela, que giró inmediatamente la cabeza buscando a la niña. En el suelo vio la pala y el cubo. — Mi hija... ¿dónde está mi hija? — chilló al mismo tiempo que se levantaba alarmada. — No se asuste, mírela, está en el tobogán — la tranquilizó la vecina del banco. No llegó a tiempo la señora Rosa de detenerla. En aquel corto instante ya había subido por la escalera del tobogán un chiquillo con cara de travieso y, de un fuerte empujón, había mandado a Adela a la arena. Cuando su madre se arrodilló a su lado, Adela no lloraba, la sorpresa y el susto le habían abierto la boca; en realidad, apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Con los gritos de su madre se asustó. Y rompió a llorar con todas sus fuerzas. — Hijita mía, ¿te has lastimado mucho? ¡Ven, ven con tu mamita! La cogió en brazos como si fuera un bebé y, llevándosela al banco, la acunaba mientras le iba susurrando: ¿Lo ves? Ya te decía yo que no jugaras con los niños, son malos, y tú aún eres pequeñita, ¡pobrecita mía! Rosa se asustó cuando … 1) un coche casi atropelló a su hija. 2) no vio a Adela a su lado. 3) vio a su hija subir por los barrotes del tobogán. 4) vio a su hija temblar de miedo en la parte superior del tobogán.

×

Задание 7

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. El tobogán A Adela, sus padres la quieren mucho, pero siempre tienen miedo de que pueda ocurrirle algo: que la atropelle un coche, o que se caiga por la escalera, o... por eso no la llevaron a la escuela hasta que tuvo cinco años. Su tía Nuria, que es hermana de su madre y tiene tres niños, siempre le aconsejaba: — Mandadla a los dos años al parvulario, que a los chiquitines les sienta muy bien relacionarse con niños de su edad, y así será más abierta, más sociable... Pero su madre siempre respondía: — Me hace sufrir, es tan tímida, Adela seguro que se pondría a chillar y patalear y me pediría, llorando, que no la dejara, y eso yo no podría soportarlo, pobrecilla mía. Además en las guarderías lo pillan todo, y seguro que no los cuidan lo suficiente. No, de hecho, no le pasa la edad, demasiado tiempo tendrá para estar separada de mí, pobrecilla mía. ¡Y ya le da el sol, todos los días salimos a pasear un ratito! Sí, la llevaba a pasear por un parque que había cerca de su casa, muy abrigada en invierno, con la gorra y la bufanda bien atada, no fuera que pillara el resfriado. Un día, cuando Adela rayaba los cuatro años ya estaba en el parque, al lado de su madre, llenando con arena su cubo de plástico, vio que unos niños, poco más o menos, de su edad, trepaban por la escalera del tobogán pequeño. Adela los vio y se quedó mirándolos, boquiabierta tras la bufanda y la pala suspendida en el aire. El viento jugaba con los cabellos de los niños, que reían con estridentes chillidos: seguro que eso de trepar por aquella estrecha y larguirucha escalera debía ser muy divertido, pensó la niña. Adela miró de reojo a su madre, que en aquel momento estaba distraída hablando con una vecina de banco sobre cómo coger los puntos que se escapan de la media. La niña no se lo pensó mucho, dejó caer la pala y el cubo y se acercó al tobogán. Sola no había subido nunca, siempre lo había hecho con la ayuda de su padre o de su madre. Tenía ante ella los barrotes, algo brillantes, de piececitos presurosos, entusiásticamente redondos, como si convidasen a ser cogidos... ¡Hala... arriba! Un pie en un barrote y las manos en el de encima. Ahora el otro ¡huy!, cuánto cuesta eso sin que te empuje una mano grande. Adela ya se agarra a las barandas de la parte superior del tobogán y se sienta. Mirando abajo, ve las maderas pulidas y gastadas que descienden. Y no está su padre o su madre con las manos extendidas parándole la caída. La pequeña tiembla, sus manitas, agarradas a la barra metálica, sudan... Entonces todo sucede muy deprisa. El chirrido brusco у vocinglero del frenazo de un coche sobresaltó a la madre de Adela, que giró inmediatamente la cabeza buscando a la niña. En el suelo vio la pala y el cubo. — Mi hija... ¿dónde está mi hija? — chilló al mismo tiempo que se levantaba alarmada. — No se asuste, mírela, está en el tobogán — la tranquilizó la vecina del banco. No llegó a tiempo la señora Rosa de detenerla. En aquel corto instante ya había subido por la escalera del tobogán un chiquillo con cara de travieso y, de un fuerte empujón, había mandado a Adela a la arena. Cuando su madre se arrodilló a su lado, Adela no lloraba, la sorpresa y el susto le habían abierto la boca; en realidad, apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Con los gritos de su madre se asustó. Y rompió a llorar con todas sus fuerzas. — Hijita mía, ¿te has lastimado mucho? ¡Ven, ven con tu mamita! La cogió en brazos como si fuera un bebé y, llevándosela al banco, la acunaba mientras le iba susurrando: ¿Lo ves? Ya te decía yo que no jugaras con los niños, son malos, y tú aún eres pequeñita, ¡pobrecita mía! En el texto se dice que la madre de Adela 1) dedica mucho tiempo a su hija. 2) elige días soleados para pasear con su hija 3) abriga demasiado a su hija en invierno. 4) comparte las ideas de su hermana Nuria

×

Задание 8

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario y Pedro saben que si no es ahora es nunca. Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías. Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana, tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados. Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono, pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo. Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula, nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra. Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura. Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una chaqueta y un portafolio convertidos en personajes. Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras. A Pedro le tiemblan las piernas porque… 1) por coincidencia justo al salir del café descubren también una chaqueta olvidada. 2) con el dinero del portafolio podría comprarse una chaqueta espléndida de estupenda calidad. 3) están a punto de caer en las manos de los policías. 4) experimenta remordimientos de conciencia por haber robado el portafolio.

×

Задание 9

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario y Pedro saben que si no es ahora es nunca. Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías. Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana, tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados. Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono, pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo. Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula, nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra. Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura. Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una chaqueta y un portafolio convertidos en personajes. Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras. La tarde de aquel día les parece una tarde fuera de lo ordinario ya que … 1) suceden cosas misteriosas. 2) las caras de la gente tienen la expresión de los domingos. 3) en su cabeza se mezclan emociones y sentimientos. 4) les persiguen policías por todas partes.

×

Задание 10

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario y Pedro saben que si no es ahora es nunca. Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías. Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana, tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados. Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono, pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo. Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula, nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra. Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura. Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una chaqueta y un portafolio convertidos en personajes. Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras. Mario y Pedro se llevaron el portafolio abandonado porque… 1) nadie venía a buscarlo. 2) el café estaba lleno de gente por todos lados. 3) llevaban mucho tiempo sin dinero. 4) solían hacerlo con un poco de suerte.

×

Задание 11

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario y Pedro saben que si no es ahora es nunca. Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías. Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana, tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados. Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono, pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo. Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula, nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra. Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura. Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una chaqueta y un portafolio convertidos en personajes. Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras. A Mario le gustaría volver el tiempo atrás porque… 1) les perseguía la policía. 2) la marcha del país dependía de ellos. 3) tenía la tentación de apoderarse del portafolio. 4) antes se habían sentido más felices.

×

Задание 12

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario y Pedro saben que si no es ahora es nunca. Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías. Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana, tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados. Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono, pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo. Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula, nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra. Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura. Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una chaqueta y un portafolio convertidos en personajes. Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras. ¿Pudieron realizar su sueño los jóvenes? 1) Sí, se enriquecieron y el robo no se descubrió. 2) Sí, se quedaron con dinero, pero les hizo infelices. 3) No, tuvieron que abandonar el portafolio y la chaqueta. 4) No, se despistaron y se convirtieron en un portafolios y una chaqueta.

×

Задание 13

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario y Pedro saben que si no es ahora es nunca. Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías. Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana, tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados. Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono, pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo. Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula, nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra. Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura. Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una chaqueta y un portafolio convertidos en personajes. Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras. Los jóvenes no van a entrar a casa… 1) porque les persiguen policías. 2) porque han caído en una trampa. 3) para ver si alguien les persigue. 4) para seguir como si nada.

×

Задание 14

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario y Pedro saben que si no es ahora es nunca. Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías. Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana, tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados. Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono, pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo. Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula, nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra. Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos (una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura. Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una chaqueta y un portafolio convertidos en personajes. Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras. Lo sucedido es tan increíble que… 1) parece ser organizado por alguien. 2) se sienten ridículos. 3) la gente viene tras ellos. 4) deciden dejar el portafolios y la chaqueta.