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Практикум ЕГЭ по испанскому языку. Задание № 12–18

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Задание 1

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Al pie de una máquina Quiero escribir un artículo, pero el ruido es terrible. La carretera de tierra que pasa por delante de mi casa está siendo arreglada por una de esas grandes máquinas que, según convenga, excavan, remueven, allanan. Dejo mi mesa y salgo a ver cómo trabaja desde el borde de la carretera. Cuando la poderosa máquina se me acerca digo “buenos días” y el hombre me mira como sordo. Al cabo de unos segundos mueve determinada palanca, las cadenas de la máquina se detienen y el motor calla. En el silencio se oye extrañamente clara y limpia la voz del maquinista: “Buenos días. Perdone, pero el ruido no me deja oír nada”. Aprovecha para encender el cigarillo, y empezamos la conversación. Al hombre le gusta hablar. Sus primeros comentarios se refieren a la máquina y a su trabajo, como es lógico, respondiendo a mi curiosidad. Pero pronto las palabras van por otros caminos. Yo estoy de pie, los brazos cruzados; él, sentado allá arriba, protegido del sol, fumando, como en un trono, o sea, como en su casa. Es un hombre robusto, de cara agradablemente tallada y lenguaje bien construido. A mí cada vez me sorprende más lo bien que habla la gente del campo. No diré que todo el mundo campesino se expresa con facilidad, pero sí que puestos a decir algo, hay en el campo muchas personas que lo dicen de una manera perfecta: construcción, tono y vocabulario incluidos. Pues bien, volviendo al maquinista, más que gustarle hablar lo que ocurre es que lo necesita. Después de largos ratos trabajando solo, ensordecido por el estrépito que él mismo produce, el maquinista necesita oír su propia voz. Me habla de distintos propietarios de la comarca, que a la vez son sus clientes. Le digo que, por lo que veo, como los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales, aquí tendrá clientela para toda la vida. “Siempre hay cosas que hacer, señor. Lo peor sería tenerlo todo listo”. Es posible que descubra en mi cara un mayor interés porque se lanza por este camino: “Le contaré el caso del señor Gutiérrez, a quien tal vez usted conoce. ¿No?, pues bien, tiene tres hijos, los tres casados, sin ningún problema, y una finca que la llevan honradamente y que le da para vivir sin quebraderos de cabeza, y este invierno me decía: 'Le voy a confesar una cosa, Pedro. No sé qué hacer. No tengo que preocuparme por los estudios de mis hijos, por su futuro. Por nada. Sólo puedo hacer algo que no me gusta: pensar. Por ello me levanto a las seis de la mañana. Y usted me dirá, ¿por qué se levanta a las seis de la mañana si ya lo tiene todo hecho? Muy sencillo. Porque es la única manera de que a las diez de la noche tenga sueño, y así consigo dormirme sin pensar demasiado. Si uno empieza a pensar estas primeras horas de la noche, está perdido'. Y sin duda usted conoce al señor Pilares, el del camping. Es muy inteligente. Resulta que ahora le darían un crédito de no sé cuantos millones. Me decía que lo adecuado sería liquidar el camping, que siempre dará poco, y con el terreno y los millones hacer un gran negocio, pero no lo hará, porque él sabe cómo ganar dinero sin tener que trabajar, pero que todavía no ha aprendido qué hay que hacer entonces con el tiempo. ¿Qué le parece? Tira el cigarillo sobre la arena. “Bueno”, dice de pronto, “y perdone la molestia”. El motor ensordece de nuevo, yo reacciono y digo: “¿Quiere tomarse un refresco?” Él no vuelve la cabeza, no me oye, encerrado en su cúpula de ruido. Avanza lenta y tenazmente, repartiendo la tierra con la enorme pala. Tal vez este estrépito es la barredora mental que él ha encontrado para no pensar. Todos nos defendemos a nuestra manera. ¿Qué problema tiene el señor Gutiérrez? 1) No se preocupa por los estudios de sus hijos. 2) Trabaja mucho para que su finca le dé para vivir. 3) Piensa demasiado. 4) No puede conciliar el sueño por la noche.

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Задание 2

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. La Navidad de Pedro ¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía y nunca lo suficiente, vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta. Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué su familia dormía bajo un puente, por qué él no estudiaba, por qué revolvían los contenedores de basura en busca de comida. Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado. Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo. La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar. No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces. — Bienvenido –escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida. –¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia. — Pedro –contestó el niño — ¿y él? — preguntó Pedro señalando al pesebre. — Él se llama Jesús –contestó sonriente el sacerdote. — ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan? Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron todos la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables. Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad. Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas. Según los padres de Pedro, su familia vivía en tanta miseria … 1) porque no conseguían trabajo bien remunerado. 2) porque en la vida había poca justicia y mucha desolación. 3) ya que ellos no aprovecharon sus oportunidades. 4) por culpa de la crisis económica mundial.

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Задание 3

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Al pie de una máquina Quiero escribir un artículo, pero el ruido es terrible. La carretera de tierra que pasa por delante de mi casa está siendo arreglada por una de esas grandes máquinas que, según convenga, excavan, remueven, allanan. Dejo mi mesa y salgo a ver cómo trabaja desde el borde de la carretera. Cuando la poderosa máquina se me acerca digo “buenos días” y el hombre me mira como sordo. Al cabo de unos segundos mueve determinada palanca, las cadenas de la máquina se detienen y el motor calla. En el silencio se oye extrañamente clara y limpia la voz del maquinista: “Buenos días. Perdone, pero el ruido no me deja oír nada”. Aprovecha para encender el cigarillo, y empezamos la conversación. Al hombre le gusta hablar. Sus primeros comentarios se refieren a la máquina y a su trabajo, como es lógico, respondiendo a mi curiosidad. Pero pronto las palabras van por otros caminos. Yo estoy de pie, los brazos cruzados; él, sentado allá arriba, protegido del sol, fumando, como en un trono, o sea, como en su casa. Es un hombre robusto, de cara agradablemente tallada y lenguaje bien construido. A mí cada vez me sorprende más lo bien que habla la gente del campo. No diré que todo el mundo campesino se expresa con facilidad, pero sí que puestos a decir algo, hay en el campo muchas personas que lo dicen de una manera perfecta: construcción, tono y vocabulario incluidos. Pues bien, volviendo al maquinista, más que gustarle hablar lo que ocurre es que lo necesita. Después de largos ratos trabajando solo, ensordecido por el estrépito que él mismo produce, el maquinista necesita oír su propia voz. Me habla de distintos propietarios de la comarca, que a la vez son sus clientes. Le digo que, por lo que veo, como los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales, aquí tendrá clientela para toda la vida. “Siempre hay cosas que hacer, señor. Lo peor sería tenerlo todo listo”. Es posible que descubra en mi cara un mayor interés porque se lanza por este camino: “Le contaré el caso del señor Gutiérrez, a quien tal vez usted conoce. ¿No?, pues bien, tiene tres hijos, los tres casados, sin ningún problema, y una finca que la llevan honradamente y que le da para vivir sin quebraderos de cabeza, y este invierno me decía: 'Le voy a confesar una cosa, Pedro. No sé qué hacer. No tengo que preocuparme por los estudios de mis hijos, por su futuro. Por nada. Sólo puedo hacer algo que no me gusta: pensar. Por ello me levanto a las seis de la mañana. Y usted me dirá, ¿por qué se levanta a las seis de la mañana si ya lo tiene todo hecho? Muy sencillo. Porque es la única manera de que a las diez de la noche tenga sueño, y así consigo dormirme sin pensar demasiado. Si uno empieza a pensar estas primeras horas de la noche, está perdido'. Y sin duda usted conoce al señor Pilares, el del camping. Es muy inteligente. Resulta que ahora le darían un crédito de no sé cuantos millones. Me decía que lo adecuado sería liquidar el camping, que siempre dará poco, y con el terreno y los millones hacer un gran negocio, pero no lo hará, porque él sabe cómo ganar dinero sin tener que trabajar, pero que todavía no ha aprendido qué hay que hacer entonces con el tiempo. ¿Qué le parece? Tira el cigarillo sobre la arena. “Bueno”, dice de pronto, “y perdone la molestia”. El motor ensordece de nuevo, yo reacciono y digo: “¿Quiere tomarse un refresco?” Él no vuelve la cabeza, no me oye, encerrado en su cúpula de ruido. Avanza lenta y tenazmente, repartiendo la tierra con la enorme pala. Tal vez este estrépito es la barredora mental que él ha encontrado para no pensar. Todos nos defendemos a nuestra manera. El señor Gutiérrez y el señor Pilares son … 1) vecinos a los que conoce el autor. 2) amigos del maquinista. 3) clientes del maquinista. 4) propietarios de la carretera.

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Задание 4

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Al pie de una máquina Quiero escribir un artículo, pero el ruido es terrible. La carretera de tierra que pasa por delante de mi casa está siendo arreglada por una de esas grandes máquinas que, según convenga, excavan, remueven, allanan. Dejo mi mesa y salgo a ver cómo trabaja desde el borde de la carretera. Cuando la poderosa máquina se me acerca digo “buenos días” y el hombre me mira como sordo. Al cabo de unos segundos mueve determinada palanca, las cadenas de la máquina se detienen y el motor calla. En el silencio se oye extrañamente clara y limpia la voz del maquinista: “Buenos días. Perdone, pero el ruido no me deja oír nada”. Aprovecha para encender el cigarillo, y empezamos la conversación. Al hombre le gusta hablar. Sus primeros comentarios se refieren a la máquina y a su trabajo, como es lógico, respondiendo a mi curiosidad. Pero pronto las palabras van por otros caminos. Yo estoy de pie, los brazos cruzados; él, sentado allá arriba, protegido del sol, fumando, como en un trono, o sea, como en su casa. Es un hombre robusto, de cara agradablemente tallada y lenguaje bien construido. A mí cada vez me sorprende más lo bien que habla la gente del campo. No diré que todo el mundo campesino se expresa con facilidad, pero sí que puestos a decir algo, hay en el campo muchas personas que lo dicen de una manera perfecta: construcción, tono y vocabulario incluidos. Pues bien, volviendo al maquinista, más que gustarle hablar lo que ocurre es que lo necesita. Después de largos ratos trabajando solo, ensordecido por el estrépito que él mismo produce, el maquinista necesita oír su propia voz. Me habla de distintos propietarios de la comarca, que a la vez son sus clientes. Le digo que, por lo que veo, como los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales, aquí tendrá clientela para toda la vida. “Siempre hay cosas que hacer, señor. Lo peor sería tenerlo todo listo”. Es posible que descubra en mi cara un mayor interés porque se lanza por este camino: “Le contaré el caso del señor Gutiérrez, a quien tal vez usted conoce. ¿No?, pues bien, tiene tres hijos, los tres casados, sin ningún problema, y una finca que la llevan honradamente y que le da para vivir sin quebraderos de cabeza, y este invierno me decía: 'Le voy a confesar una cosa, Pedro. No sé qué hacer. No tengo que preocuparme por los estudios de mis hijos, por su futuro. Por nada. Sólo puedo hacer algo que no me gusta: pensar. Por ello me levanto a las seis de la mañana. Y usted me dirá, ¿por qué se levanta a las seis de la mañana si ya lo tiene todo hecho? Muy sencillo. Porque es la única manera de que a las diez de la noche tenga sueño, y así consigo dormirme sin pensar demasiado. Si uno empieza a pensar estas primeras horas de la noche, está perdido'. Y sin duda usted conoce al señor Pilares, el del camping. Es muy inteligente. Resulta que ahora le darían un crédito de no sé cuantos millones. Me decía que lo adecuado sería liquidar el camping, que siempre dará poco, y con el terreno y los millones hacer un gran negocio, pero no lo hará, porque él sabe cómo ganar dinero sin tener que trabajar, pero que todavía no ha aprendido qué hay que hacer entonces con el tiempo. ¿Qué le parece? Tira el cigarillo sobre la arena. “Bueno”, dice de pronto, “y perdone la molestia”. El motor ensordece de nuevo, yo reacciono y digo: “¿Quiere tomarse un refresco?” Él no vuelve la cabeza, no me oye, encerrado en su cúpula de ruido. Avanza lenta y tenazmente, repartiendo la tierra con la enorme pala. Tal vez este estrépito es la barredora mental que él ha encontrado para no pensar. Todos nos defendemos a nuestra manera. El autor supone que … 1) al maquinista no le ha gustado su compañía. 2) el maquinista es un hombre encerrado en sus pensamientos. 3) cada uno defiende sus derechos de alguna manera. 4) el maquinista se encierra en el ruido de su máquina para no pensar.

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Задание 5

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Al pie de una máquina Quiero escribir un artículo, pero el ruido es terrible. La carretera de tierra que pasa por delante de mi casa está siendo arreglada por una de esas grandes máquinas que, según convenga, excavan, remueven, allanan. Dejo mi mesa y salgo a ver cómo trabaja desde el borde de la carretera. Cuando la poderosa máquina se me acerca digo “buenos días” y el hombre me mira como sordo. Al cabo de unos segundos mueve determinada palanca, las cadenas de la máquina se detienen y el motor calla. En el silencio se oye extrañamente clara y limpia la voz del maquinista: “Buenos días. Perdone, pero el ruido no me deja oír nada”. Aprovecha para encender el cigarillo, y empezamos la conversación. Al hombre le gusta hablar. Sus primeros comentarios se refieren a la máquina y a su trabajo, como es lógico, respondiendo a mi curiosidad. Pero pronto las palabras van por otros caminos. Yo estoy de pie, los brazos cruzados; él, sentado allá arriba, protegido del sol, fumando, como en un trono, o sea, como en su casa. Es un hombre robusto, de cara agradablemente tallada y lenguaje bien construido. A mí cada vez me sorprende más lo bien que habla la gente del campo. No diré que todo el mundo campesino se expresa con facilidad, pero sí que puestos a decir algo, hay en el campo muchas personas que lo dicen de una manera perfecta: construcción, tono y vocabulario incluidos. Pues bien, volviendo al maquinista, más que gustarle hablar lo que ocurre es que lo necesita. Después de largos ratos trabajando solo, ensordecido por el estrépito que él mismo produce, el maquinista necesita oír su propia voz. Me habla de distintos propietarios de la comarca, que a la vez son sus clientes. Le digo que, por lo que veo, como los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales, aquí tendrá clientela para toda la vida. “Siempre hay cosas que hacer, señor. Lo peor sería tenerlo todo listo”. Es posible que descubra en mi cara un mayor interés porque se lanza por este camino: “Le contaré el caso del señor Gutiérrez, a quien tal vez usted conoce. ¿No?, pues bien, tiene tres hijos, los tres casados, sin ningún problema, y una finca que la llevan honradamente y que le da para vivir sin quebraderos de cabeza, y este invierno me decía: 'Le voy a confesar una cosa, Pedro. No sé qué hacer. No tengo que preocuparme por los estudios de mis hijos, por su futuro. Por nada. Sólo puedo hacer algo que no me gusta: pensar. Por ello me levanto a las seis de la mañana. Y usted me dirá, ¿por qué se levanta a las seis de la mañana si ya lo tiene todo hecho? Muy sencillo. Porque es la única manera de que a las diez de la noche tenga sueño, y así consigo dormirme sin pensar demasiado. Si uno empieza a pensar estas primeras horas de la noche, está perdido'. Y sin duda usted conoce al señor Pilares, el del camping. Es muy inteligente. Resulta que ahora le darían un crédito de no sé cuantos millones. Me decía que lo adecuado sería liquidar el camping, que siempre dará poco, y con el terreno y los millones hacer un gran negocio, pero no lo hará, porque él sabe cómo ganar dinero sin tener que trabajar, pero que todavía no ha aprendido qué hay que hacer entonces con el tiempo. ¿Qué le parece? Tira el cigarillo sobre la arena. “Bueno”, dice de pronto, “y perdone la molestia”. El motor ensordece de nuevo, yo reacciono y digo: “¿Quiere tomarse un refresco?” Él no vuelve la cabeza, no me oye, encerrado en su cúpula de ruido. Avanza lenta y tenazmente, repartiendo la tierra con la enorme pala. Tal vez este estrépito es la barredora mental que él ha encontrado para no pensar. Todos nos defendemos a nuestra manera. El narrador sale de su casa porque.... 1) le molesta el ruido que produce una máquina. 2) escribe un artículo sobre los arreglos de la carretera. 3) quiere observar los trabajos que realiza una poderosa máquina. 4) necesita hablar con el maquinista.

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Задание 6

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Al pie de una máquina Quiero escribir un artículo, pero el ruido es terrible. La carretera de tierra que pasa por delante de mi casa está siendo arreglada por una de esas grandes máquinas que, según convenga, excavan, remueven, allanan. Dejo mi mesa y salgo a ver cómo trabaja desde el borde de la carretera. Cuando la poderosa máquina se me acerca digo “buenos días” y el hombre me mira como sordo. Al cabo de unos segundos mueve determinada palanca, las cadenas de la máquina se detienen y el motor calla. En el silencio se oye extrañamente clara y limpia la voz del maquinista: “Buenos días. Perdone, pero el ruido no me deja oír nada”. Aprovecha para encender el cigarillo, y empezamos la conversación. Al hombre le gusta hablar. Sus primeros comentarios se refieren a la máquina y a su trabajo, como es lógico, respondiendo a mi curiosidad. Pero pronto las palabras van por otros caminos. Yo estoy de pie, los brazos cruzados; él, sentado allá arriba, protegido del sol, fumando, como en un trono, o sea, como en su casa. Es un hombre robusto, de cara agradablemente tallada y lenguaje bien construido. A mí cada vez me sorprende más lo bien que habla la gente del campo. No diré que todo el mundo campesino se expresa con facilidad, pero sí que puestos a decir algo, hay en el campo muchas personas que lo dicen de una manera perfecta: construcción, tono y vocabulario incluidos. Pues bien, volviendo al maquinista, más que gustarle hablar lo que ocurre es que lo necesita. Después de largos ratos trabajando solo, ensordecido por el estrépito que él mismo produce, el maquinista necesita oír su propia voz. Me habla de distintos propietarios de la comarca, que a la vez son sus clientes. Le digo que, por lo que veo, como los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales, aquí tendrá clientela para toda la vida. “Siempre hay cosas que hacer, señor. Lo peor sería tenerlo todo listo”. Es posible que descubra en mi cara un mayor interés porque se lanza por este camino: “Le contaré el caso del señor Gutiérrez, a quien tal vez usted conoce. ¿No?, pues bien, tiene tres hijos, los tres casados, sin ningún problema, y una finca que la llevan honradamente y que le da para vivir sin quebraderos de cabeza, y este invierno me decía: 'Le voy a confesar una cosa, Pedro. No sé qué hacer. No tengo que preocuparme por los estudios de mis hijos, por su futuro. Por nada. Sólo puedo hacer algo que no me gusta: pensar. Por ello me levanto a las seis de la mañana. Y usted me dirá, ¿por qué se levanta a las seis de la mañana si ya lo tiene todo hecho? Muy sencillo. Porque es la única manera de que a las diez de la noche tenga sueño, y así consigo dormirme sin pensar demasiado. Si uno empieza a pensar estas primeras horas de la noche, está perdido'. Y sin duda usted conoce al señor Pilares, el del camping. Es muy inteligente. Resulta que ahora le darían un crédito de no sé cuantos millones. Me decía que lo adecuado sería liquidar el camping, que siempre dará poco, y con el terreno y los millones hacer un gran negocio, pero no lo hará, porque él sabe cómo ganar dinero sin tener que trabajar, pero que todavía no ha aprendido qué hay que hacer entonces con el tiempo. ¿Qué le parece? Tira el cigarillo sobre la arena. “Bueno”, dice de pronto, “y perdone la molestia”. El motor ensordece de nuevo, yo reacciono y digo: “¿Quiere tomarse un refresco?” Él no vuelve la cabeza, no me oye, encerrado en su cúpula de ruido. Avanza lenta y tenazmente, repartiendo la tierra con la enorme pala. Tal vez este estrépito es la barredora mental que él ha encontrado para no pensar. Todos nos defendemos a nuestra manera. En el texto se dice que el maquinista… 1) tiene ganas de hablar para poder oír su propia voz. 2) habla con un tono agradable y construye bien las frases. 3) tiene mucha sed. 4) quiere satisfacer la curiosidad del narrador.

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Задание 7

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. La Navidad de Pedro ¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía y nunca lo suficiente, vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta. Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué su familia dormía bajo un puente, por qué él no estudiaba, por qué revolvían los contenedores de basura en busca de comida. Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado. Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo. La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar. No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces. — Bienvenido –escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida. –¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia. — Pedro –contestó el niño — ¿y él? — preguntó Pedro señalando al pesebre. — Él se llama Jesús –contestó sonriente el sacerdote. — ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan? Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron todos la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables. Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad. Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas. El sacerdote de la parroquia le propuso a Pedro … 1) que viniera con su familia para celebrar juntos la cena navideña. 2) que le ayudara a adornar la iglesia. 3) que volviera una vez terminadas las fiestas. 4) que se quedase en la iglesia para asistir a la misa festiva.

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Задание 8

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. La Navidad de Pedro ¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía y nunca lo suficiente, vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta. Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué su familia dormía bajo un puente, por qué él no estudiaba, por qué revolvían los contenedores de basura en busca de comida. Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado. Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo. La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar. No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces. — Bienvenido –escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida. –¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia. — Pedro –contestó el niño — ¿y él? — preguntó Pedro señalando al pesebre. — Él se llama Jesús –contestó sonriente el sacerdote. — ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan? Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron todos la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables. Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad. Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas. La mayor sorpresa que se llevó Pedro en la iglesia fue … 1) el gordo sacerdote con cara de buena gente. 2) encontrar a un recién nacido bebé dejado en la cuna. 3) ver las figuritas de Papá Noel y de sus ciervos. 4) el belén con un muñeco que parecía real.

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Задание 9

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Al pie de una máquina Quiero escribir un artículo, pero el ruido es terrible. La carretera de tierra que pasa por delante de mi casa está siendo arreglada por una de esas grandes máquinas que, según convenga, excavan, remueven, allanan. Dejo mi mesa y salgo a ver cómo trabaja desde el borde de la carretera. Cuando la poderosa máquina se me acerca digo “buenos días” y el hombre me mira como sordo. Al cabo de unos segundos mueve determinada palanca, las cadenas de la máquina se detienen y el motor calla. En el silencio se oye extrañamente clara y limpia la voz del maquinista: “Buenos días. Perdone, pero el ruido no me deja oír nada”. Aprovecha para encender el cigarillo, y empezamos la conversación. Al hombre le gusta hablar. Sus primeros comentarios se refieren a la máquina y a su trabajo, como es lógico, respondiendo a mi curiosidad. Pero pronto las palabras van por otros caminos. Yo estoy de pie, los brazos cruzados; él, sentado allá arriba, protegido del sol, fumando, como en un trono, o sea, como en su casa. Es un hombre robusto, de cara agradablemente tallada y lenguaje bien construido. A mí cada vez me sorprende más lo bien que habla la gente del campo. No diré que todo el mundo campesino se expresa con facilidad, pero sí que puestos a decir algo, hay en el campo muchas personas que lo dicen de una manera perfecta: construcción, tono y vocabulario incluidos. Pues bien, volviendo al maquinista, más que gustarle hablar lo que ocurre es que lo necesita. Después de largos ratos trabajando solo, ensordecido por el estrépito que él mismo produce, el maquinista necesita oír su propia voz. Me habla de distintos propietarios de la comarca, que a la vez son sus clientes. Le digo que, por lo que veo, como los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales, aquí tendrá clientela para toda la vida. “Siempre hay cosas que hacer, señor. Lo peor sería tenerlo todo listo”. Es posible que descubra en mi cara un mayor interés porque se lanza por este camino: “Le contaré el caso del señor Gutiérrez, a quien tal vez usted conoce. ¿No?, pues bien, tiene tres hijos, los tres casados, sin ningún problema, y una finca que la llevan honradamente y que le da para vivir sin quebraderos de cabeza, y este invierno me decía: 'Le voy a confesar una cosa, Pedro. No sé qué hacer. No tengo que preocuparme por los estudios de mis hijos, por su futuro. Por nada. Sólo puedo hacer algo que no me gusta: pensar. Por ello me levanto a las seis de la mañana. Y usted me dirá, ¿por qué se levanta a las seis de la mañana si ya lo tiene todo hecho? Muy sencillo. Porque es la única manera de que a las diez de la noche tenga sueño, y así consigo dormirme sin pensar demasiado. Si uno empieza a pensar estas primeras horas de la noche, está perdido'. Y sin duda usted conoce al señor Pilares, el del camping. Es muy inteligente. Resulta que ahora le darían un crédito de no sé cuantos millones. Me decía que lo adecuado sería liquidar el camping, que siempre dará poco, y con el terreno y los millones hacer un gran negocio, pero no lo hará, porque él sabe cómo ganar dinero sin tener que trabajar, pero que todavía no ha aprendido qué hay que hacer entonces con el tiempo. ¿Qué le parece? Tira el cigarillo sobre la arena. “Bueno”, dice de pronto, “y perdone la molestia”. El motor ensordece de nuevo, yo reacciono y digo: “¿Quiere tomarse un refresco?” Él no vuelve la cabeza, no me oye, encerrado en su cúpula de ruido. Avanza lenta y tenazmente, repartiendo la tierra con la enorme pala. Tal vez este estrépito es la barredora mental que él ha encontrado para no pensar. Todos nos defendemos a nuestra manera. ¿Por qué el señor Pilares no va a liquidar su camping? 1) No tiene tiempo para hacer trámites adecuados. 2) Las obligaciones no le dejarían tiempo para pensar. 3) Recibirá un buen crédito para mantener este negocio. 4) Tiene otro negocio que le da para vivir.

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Задание 10

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. La Navidad de Pedro ¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía y nunca lo suficiente, vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta. Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué su familia dormía bajo un puente, por qué él no estudiaba, por qué revolvían los contenedores de basura en busca de comida. Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado. Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo. La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar. No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces. — Bienvenido –escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida. –¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia. — Pedro –contestó el niño — ¿y él? — preguntó Pedro señalando al pesebre. — Él se llama Jesús –contestó sonriente el sacerdote. — ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan? Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron todos la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables. Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad. Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas. Pedro entró en la catedral por primera vez porque … 1) quería hacerle preguntas al sacerdote. 2) hacía tiempo que se proponía hacerlo. 3) lo maravilló cómo estaba engalanada. 4) su intuición le decía que debía actuar así.

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Задание 11

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. La Navidad de Pedro ¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía y nunca lo suficiente, vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta. Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué su familia dormía bajo un puente, por qué él no estudiaba, por qué revolvían los contenedores de basura en busca de comida. Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado. Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo. La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar. No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces. — Bienvenido –escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida. –¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia. — Pedro –contestó el niño — ¿y él? — preguntó Pedro señalando al pesebre. — Él se llama Jesús –contestó sonriente el sacerdote. — ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan? Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron todos la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables. Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad. Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas. Pedro no entendía el significado de las fiestas navideñas porque … 1) era demasiado pequeño para comprenderlo. 2) sus padres no solían celebrar fiestas en casa. 3) las condiciones de su vida no permitían celebrarlas. 4) sus padres no se lo habían explicado debidamente.

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Задание 12

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. La Navidad de Pedro ¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía y nunca lo suficiente, vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta. Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué su familia dormía bajo un puente, por qué él no estudiaba, por qué revolvían los contenedores de basura en busca de comida. Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado. Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo. La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar. No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces. — Bienvenido –escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida. –¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia. — Pedro –contestó el niño — ¿y él? — preguntó Pedro señalando al pesebre. — Él se llama Jesús –contestó sonriente el sacerdote. — ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan? Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron todos la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables. Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad. Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas. ¿Por qué Pedro se apenaba con la llegada de la Navidad? 1) Lamentaba que las fiestas no duraran todo el año. 2) Nunca pudo probar el pastel navideño con frutas. 3) Lo asustaba la ciudad demasiado iluminada. 4) Papá Noel siempre se olvidaba de traer un obsequio para él.

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Задание 13

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. Al pie de una máquina Quiero escribir un artículo, pero el ruido es terrible. La carretera de tierra que pasa por delante de mi casa está siendo arreglada por una de esas grandes máquinas que, según convenga, excavan, remueven, allanan. Dejo mi mesa y salgo a ver cómo trabaja desde el borde de la carretera. Cuando la poderosa máquina se me acerca digo “buenos días” y el hombre me mira como sordo. Al cabo de unos segundos mueve determinada palanca, las cadenas de la máquina se detienen y el motor calla. En el silencio se oye extrañamente clara y limpia la voz del maquinista: “Buenos días. Perdone, pero el ruido no me deja oír nada”. Aprovecha para encender el cigarillo, y empezamos la conversación. Al hombre le gusta hablar. Sus primeros comentarios se refieren a la máquina y a su trabajo, como es lógico, respondiendo a mi curiosidad. Pero pronto las palabras van por otros caminos. Yo estoy de pie, los brazos cruzados; él, sentado allá arriba, protegido del sol, fumando, como en un trono, o sea, como en su casa. Es un hombre robusto, de cara agradablemente tallada y lenguaje bien construido. A mí cada vez me sorprende más lo bien que habla la gente del campo. No diré que todo el mundo campesino se expresa con facilidad, pero sí que puestos a decir algo, hay en el campo muchas personas que lo dicen de una manera perfecta: construcción, tono y vocabulario incluidos. Pues bien, volviendo al maquinista, más que gustarle hablar lo que ocurre es que lo necesita. Después de largos ratos trabajando solo, ensordecido por el estrépito que él mismo produce, el maquinista necesita oír su propia voz. Me habla de distintos propietarios de la comarca, que a la vez son sus clientes. Le digo que, por lo que veo, como los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales, aquí tendrá clientela para toda la vida. “Siempre hay cosas que hacer, señor. Lo peor sería tenerlo todo listo”. Es posible que descubra en mi cara un mayor interés porque se lanza por este camino: “Le contaré el caso del señor Gutiérrez, a quien tal vez usted conoce. ¿No?, pues bien, tiene tres hijos, los tres casados, sin ningún problema, y una finca que la llevan honradamente y que le da para vivir sin quebraderos de cabeza, y este invierno me decía: 'Le voy a confesar una cosa, Pedro. No sé qué hacer. No tengo que preocuparme por los estudios de mis hijos, por su futuro. Por nada. Sólo puedo hacer algo que no me gusta: pensar. Por ello me levanto a las seis de la mañana. Y usted me dirá, ¿por qué se levanta a las seis de la mañana si ya lo tiene todo hecho? Muy sencillo. Porque es la única manera de que a las diez de la noche tenga sueño, y así consigo dormirme sin pensar demasiado. Si uno empieza a pensar estas primeras horas de la noche, está perdido'. Y sin duda usted conoce al señor Pilares, el del camping. Es muy inteligente. Resulta que ahora le darían un crédito de no sé cuantos millones. Me decía que lo adecuado sería liquidar el camping, que siempre dará poco, y con el terreno y los millones hacer un gran negocio, pero no lo hará, porque él sabe cómo ganar dinero sin tener que trabajar, pero que todavía no ha aprendido qué hay que hacer entonces con el tiempo. ¿Qué le parece? Tira el cigarillo sobre la arena. “Bueno”, dice de pronto, “y perdone la molestia”. El motor ensordece de nuevo, yo reacciono y digo: “¿Quiere tomarse un refresco?” Él no vuelve la cabeza, no me oye, encerrado en su cúpula de ruido. Avanza lenta y tenazmente, repartiendo la tierra con la enorme pala. Tal vez este estrépito es la barredora mental que él ha encontrado para no pensar. Todos nos defendemos a nuestra manera. La frase " los arreglos de esta carretera son por segunda vez provisionales " en el tercer párrafo quiere decir que … 1) los arreglos fueron previstos por los clientes. 2) los arreglos no son definitivos. 3) esta vez los arreglos son de calidad. 4) el maquinista trabaja con poca profesionalidad.

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Задание 14

Прочитайте текст и выполните задания 12–18. В каждом задании запишите в поле ответа цифру 1, 2, 3 или 4, соответствующую выбранному Вами варианту ответа. La Navidad de Pedro ¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía y nunca lo suficiente, vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta. Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué su familia dormía bajo un puente, por qué él no estudiaba, por qué revolvían los contenedores de basura en busca de comida. Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado. Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo. La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar. No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces. — Bienvenido –escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida. –¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia. — Pedro –contestó el niño — ¿y él? — preguntó Pedro señalando al pesebre. — Él se llama Jesús –contestó sonriente el sacerdote. — ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan? Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron todos la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables. Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad. Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas. Al final de la historia, Pedro concluyó que … 1) sólo los sacerdotes comprendían la importancia de la Navidad. 2) la Navidad estaba por encima de adornos y regalos. 3) el niño pobre no tenía nada que ver con la fiesta. 4) nadie entendía el verdadero significado de la fiesta navideña.